jueves, 20 de mayo de 2010

PUBLICACIÓN

Agua marina / Otoño y olvido / Bajo nieve
pequeña trilogía

Cuentos y Relatos
Año: 2010
Ed: milena caserola (de Mr. Reck)
Diseño: M. Álvarez
ISBN: 978-987-1583-14-0
144 páginas





Cada uno de los textos de Agua marina, ya sea uno de los que se extienden por varias páginas o uno de los que precisan tan sólo un párrafo, los que abarcan sucesivos días en lo que narran o los que dan cuenta del transcurso de un solo instante, reposan igualmente en una misma cosa: la intensidad de cada momento. Ese detenimiento supone un cuidado y ese cuidado es cuidado de cada una de las palabras escritas. Lo que hace Felipe Herrero no es soltarlas con la escritura sobre la hoja, sino traerlas delicado entre dos dedos y dejarlas reposar a cada una en su lugar más propicio. Y así dice por ejemplo: “Gabriel lo abofetea, le tira mar en el rostro”. Y de inmediato: “Las olas solucionan su estilo en la arena en donde el pie de Paco desordena un todo”. Porque un poco de arena es un todo, y un poco de agua en la cara es el mar: solamente las palabras así cuidadas son capaces de iluminar esa clase de milagro.


Martín Kohan




Otoño y olvido de Felipe Herrero proporciona esa suerte de deslumbramiento que siempre esperamos —pero que rara vez sucede— cuando abrimos un libro: el empate entre la sensibilidad delicada hasta la fragilidad y la escritura delicada hasta la elipsis —y más allá hasta el mutis—, generando los más finos destilados. En estas brevísimas viñetas la escritura de Herrero vacila, duda, oculta, encripta lo que siente que no soportaría el calor de la evidencia. No hay en estos textos la voluntad del enigma, hay la convicción de que la única manera de aprehender lo esencial es captándolo en lo que dura un pestañeo.




Ercole Lissardi

domingo, 25 de abril de 2010

III poemas de mi autoría

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correr
bajo la certeza
de una muerte segura
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ser soldado
paquidermo ambulante y asesino
de los cuerpos sonrosados que han quedado
bajo el humo de la nada y campanarios
viejos________derruidos
y en silencio
.
desde el norte un rumor lejano llega
como vuelo de cigarra siempre al aire
como el trote de un camello desbocado
los refuerzos en la costa esperan
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da lo mismo
que la sirena alarme
da lo mismo y suena
la maquinaria desciende
para traernos más guerra
.
.
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inflan el pecho de flores tristes y tiran
y se llenan los cristales de las mentes
con esbeltos pensamientos que los rifles, no revelan,
sellados para siempre bajo el recuerdo ordinario
de una baja inagotable de ganado al trote
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no son asesinos
son soldados
.
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tempestades de granada
como limones al aire pero directos
como estelares cielos de crepúsculos vivos
han de llegar las bombas al hombre impuro
han de llegar estelas para amasijar entrañas
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como un limón tajeado
cuyo ácido cuece
la carne en vivo
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©: Felipe Herrero, 2011. Estos poemas pertenecen al poemario legua roja (Edición de autor, 2011)

martes, 9 de marzo de 2010

El mar en un nervio de mujer (fragmento)


Intentaba a toda costa mantener los ojos abiertos, pero la densa mañana y el sueño insatisfecho le hacía descender los párpados. El pequeño bote los alejaba del trasatlántico rumbo a la playa y a cada paso, el joven sentía la cercanía de aquél pueblo que lo había visto nacer. La espuma salada sobre los labios como aquél recuerdo el de un niño tímido y miedoso junto al mar, lo exponía a nuevos desafíos. Eso le marcó una risa en la cara, una risa entera que ella entendió como el comienzo de las vacaciones.
La joven lo espiaba desde la tenue sombra de un paraguas. Los ojos grandes y verdosos acechaban bajo la fresca protección solar. Tan silenciosa ante el paisaje desconocido, tan reservada y apenas con una mueca trémula en la cara, como si el mundo y el lugar, como si la mañana del mar pudiera olvidarse en una mueca. El nuevo paisaje la exponía a una contemplación que ella prefería obviar, tenía miedo y no sabía de qué. La mañana marina la abrazaba pero ella no entendió ese abrazo y siguió guarecida bajo la sombra del paraguas.
Por lo pronto él volvía a nacer, volvía a inflar el pecho con aire puro y olvidado de sus primeros días en el pueblo marino. Inhalaba hondo pero pausado y el olor de la sal con un dejo de flores lo empezó a engatusar sobremanera. A cada paso, a cada costosa brazada del pobre remador, el joven sentía como el recuerdo empezaba a pintar la delgada plancha de su memoria en blanco. ¡Al fin era libre! ¡Por fin otra vez libre rumbo a su costa amarilla!
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©: Felipe Herrero, 2010. Este primer capítulo corresponde a la nouvelle "El mar en un nervio de mujer".

jueves, 25 de febrero de 2010

Toros que sangran (fragmento... quinta parte)


LO IRRESPONSABLE Y LO RESPONSABLE
O BIEN
k, l, m, n, o


0
¿Alguien vendrá a salvarme de la pena y de la muerte?
Mi hija ya explota en la panza que más amo. Quiere salir, estirar el bracito para conocer su mundo. Tocar la torre Effiel con su alfombra voladora. Amo a mi hija que aun no nace porque ella vendrá a salvarme.

1
Ocurrió esta noche a la una de la mañana, cuando mi novia sintió bajo la panza abombada el peso del mundo. ¡Auxilio! Ahí viene. Lágrimas de mujer sobre la colcha. El dolor la extasiaba. Intranquila y de un lado a otro, mi novia caminaba perezosa y sin orientación por la casa. Llevame al médico.

2
La mujer que más amo no para de respirar profundo. El sudor se ha apoderado de ella. Todo le pesa y todo se torna resbaladizo.
Nueve meses de espera que terminan en un embudo. Nueve meses de espera que culminan en una terrible duda; que aun no se resuelve. Mi novia jadea descontrolada sobre la camilla. ¿Nace o se queda en mi novia para siempre? ¿Nace, o el amor entero que se tienen las matará a ambas y me matará a mí? Difícil el trabajo de parto cuando todo parece una duda, este instante cuando el individuo pasa a ser padre. La niña quiere salir para jugar en la plaza, en su arenero del futuro siempre el mismo arenero. La madre anhela la paz que acarrea una tormenta y el padre las desea a ambas bajo el brazo al pasear por los canales de Venecia.

3
La abuela llega al hospital siempre la abuela. Mi madre me toca el hombro para que un suspiro salga por mi boca.
—¿Ya nace?
—¡Ya nace!
La duda de la abuela y la confirmación del hijo orgulloso, nunca mostré indecisión ante mamá, fui un hijo que se resolvió la vida. Seré padre y reparador de futuras complicaciones; seré padre bueno y honesto, pondré límites y cederé libertades. Seré uno más en el mundo. Y el más feliz.
Me llaman ingenuo y aniñado desde la cuna. Estas fantasías lo comprueban.

4
La suegra llega siempre la abuela. Las caras de las abuelas se encuentran en la misma alegría ya figurada y meditada. Ya entendida y todo lo demás.
—¿Nace?
—¿Nace?
—¡Nace!
Seguridad, seguridad ante lo que desconozco, solo para evitar el mortuorio sermón del ¿cómo puede ser que no sepas? De unas abuelas desesperadas. Dios me ampare.

5
Uno, dos, tres. Mi hija cuenta cuantos deditos tiene. La vejez de la membrana termina de ceder. Mi hija tiene miedo pero aun no sabe que es miedo.
A mi novia le cuentan la intermitencia de las contracciones. Postrada en la camilla el sudor cede y se activa a cada paso, a cada momento. El fruto de ambos quiere salir de su cuerpo y de mi desesperación disimulada. Mi hija se toca, la manito baja por su joven panza. Una reina se mueve en el interior de mi novia.
Novia y novio anhelan un suspiro de alivio.

6
Y pasan… las horas pasan. Una tras la otra, como las hormigas en fila, de un lado a otro con los manjares hacia un mundo subterráneo. ¿Nace?, me pregunto. Camino por el sanatorio de un lado a otro, como los ojos de mi novia que ven al médico ir y volver. La panza vibra.
Un mundo se ensancha.

7
¡Chilla! ¡Chilla!... el reloj da las seis de la mañana. Hace más de cuatro horas que estoy aquí. Las abuelas duermen. Como en un espejo ambas cabezas se apoyan, son dos señoras que roncan y que aun preguntan desde su molesto descanso. Me vuelvo hacia la máquina de café. ¡Chilla! ¡Chilla! La máquina escupe un sonido agudo e infernal. Una enfermera me explica que ya no hay más café en la máquina y que por eso hace tal bochinche…
¡Chilla! ¡Chilla! Gente asustada corre desde el pasillo. Un enfermo ha caído al suelo desparramando los intestinos; una mala costura. ¡Chillan! ¡Chillan! Los sonidos se escandalizan, el mundo entero corre, todo el cuerpo de enfermeros socorre al destripado que jadea en el suelo. Me tapo los ojos y doy media vuelta. No quiero ver.

8
¡Chilla! ¡Chilla! Pero este sonido es más tierno. Apenas, desde lejos, me llega el nacimiento de mi niña.
¡Me ha salvado!



(Para leer la primera parte de Toros que sangran)

©: Felipe Herrero, 2009. Este fragmento forma parte del libro de cuento "Puertas del delirio".

martes, 9 de febrero de 2010

Uruguay (Relato)

Una vez viajé a un país muy lejano llamado República Oriental del Uruguay. Ahí me enojé, me alegré, me emborraché con una auténtica cerveza que poco tenía que ver con nuestra rubia porteña y asusté a muchas morenas que se paseaban por la playa. Fui un loco emborrachado de esa arena que iba de mina en mina, de escote a escote salpicando a toda esa mujereada. Fui tosco y atrevido. Cantante de aberraciones que jamás hubiera cantado. Fuí extrovertido y me conseguí a una minita que me llevó tras la duna de Santa Teresa, de Cabo Polonio y de la hippie y legendaria Valizas; en donde la dejé plantada algunas veces por culpa de la muerte natural diaria.
Entre noche y bailanta un día me encontré una duna en el camping. Era una duna pequeña y de poca altura que alojaba a un ejército de termitas asesinas, que dicho sea de paso, amenazaba con devorar mi carpa. Mi lecho de muerte si no hubiera dormido por esa noche en otra parte bajo el lienzo estrellado en el cabo de Valizas. Fuí un loco motorizado porque me compré una moto e hice el camino de El Caracol a 150 por hora. No me estrolé con una vaca porque justo un toro se la montó increíble y la empujó hacia adelante. Una seguidilla de balnearios con escoria argentina me escupió hasta Punta del Este. Al darme asco toda esa gente di media vuelta y le metí pata por la 9 hasta el Chuí para comprarme granadas, ametralladoras automáticas y un limón. Al faltarme bolso descubrí a una cheta que dejaba colgar de su mano una cartera abultada y de boluda. El zarpazo siniestro me costó un insulto y una exagerada llorisqueada de niña tonta. Por la noche llegué a las ondulaciones más pronunciadas del país. Recordé a Rebecca y clavé tres escarbadientes en el cítrico para suspenderlo en un vaso a modo de representación de su cerebro. Creo que esa noche no faltó nada.
Vacié la cartera de la cheta sobre la tierra y comencé a destrozar el montón de edificios de enfrente. Más aliviado por el buen acto regresé al Polonio para nadar con lobos marinos.



©: Felipe Herrero, 2010. Este relato forma parte del libro de cuentos "Urugay".