jueves, 14 de mayo de 2009

Toros que sangran (fragmento... primera parte)

a: Dicen, de mi locura…

¡Ahora mal! Me levanto, digamos… cinco y media o seis de la mañana, bostezo y me estiro junto a la ventana y a través de sus vidrios me distraigo.
Sociedad nocturna, no por negrura de este día que no amanece. ¡No! La gente está en llamas. Y no me refiero a esas personas que babean ante escotes pronunciados. El mundo ríe de su propia muerte, aplaude fuerte para que el moribundo oiga cuanto le importa su ruego. Un niño con gusanos en la panza, un joven con su novia en el amor; yo me río con los Tres Chiflados.
¡Dale! Vénganse todos que me importa un bledo…
En la altura de la patagónia una cabra ha quedado atrapada a fines de marzo; la muerte la espera. La pobre será cubierta por la nieve más suave del otoño, aquella ternura como llanto de niña cuando asalta la menstruación. Los copos livianos la aplastaran y destriparan; la cabra sin vida bajo un kilómetro de nieve.
Entonces bostezo, voy al baño y hago pis. Nuevamente mee la tabla, otra vez; y como no hay nadie en casa, el único culpable soy yo. Por que es cierto, nunca hay nadie en casa. He quedado solo cuando la familia empezó a delirar con mi locura. Ahora meo la tabla y nadie me reprocha. Agarro el papel finito y lo dejo sobre el pis para que absorba. Entonces las rugosidades de lo higiénico empiezan a ensuciarse dinámicamente. La epidemia; la epidemia destripa al buen acto; cae del cielo en bloque invisible y se desplaza a gran velocidad sin darnos cuenta. Creamos la epidemia que nos destruye. ¿Cómo es posible que nadie de cuenta de esto? Digo… ¿La gente es demasiado estúpida? Todos se unen cuando llega una celebridad inservible; aplauden bien fuerte cuando este hombre o mujer se denigra, ya no con los humanos, sino con la vida y con el instante mismo de existir. Y la gente opina de eso un logro, apartan al loco que observa las cosas. Esa forma es inútil, dicen. Hoy día mejor no digamos nada, a ver si ocurre una desgracia.


b: Deterioro

Quiero distraerme un poco con el reloj a cuerda que me regalé hace veinticinco años. No sirve, los mecanismos internos dejaron de funcionar, entonces lo aparto, me distraigo con otra cosa. Pero mi cuerpo me esquiva y mi mente es un torbellino que se delata en los martillazos de la pared. Y al fondo, allí abajo en el delirio humano, la noche encontró la desnudez de un hombre, las cajas no pueden abrigar la tierna cobertura, y solo simulan una protección para su mecanismo interno; aun así, este hombre, cierra los ojos con una alegría en el rostro. Por lo menos viviré hasta mañana.
Mi reloj lo tiré en el fondo del suelo. Con él ha viajado mi cordura, y al paso del tiempo su esencia y función se volvieron cosa; bajo la escupida de un domingo a la mañana.
(Para leer la segunda parte de Toros que sangran)

©: Felipe Herrero, 2009. Este fragmento forma parte del libro de cuento "Puertas del delirio".

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